"Si la Palabra de Dios no cuestiona mi vida, no es Palabra de Dios".
A veces confundimos la sabiduría con el acúmulo de conocimiento, la educación o preparación, o el nivel intelectual, pero resulta que la sabiduría no es nada de esto. La palabra "Sabio" proviene del latín Sapidus que significa prudente, juicioso, sensato. Desde el punhto de vista netamente literario, el término sí puede significar posesión de profundos conocimientos sobre determinadas materias, pero la verdadera sabiduría vá indefectiblemente ligada al bien, a la justicia y a la verdad. Es la capacidad de pensar o juzgar con prudencia, equidad y rectitud; no existe sabiduría fuera de la justicia. Todo esto significa que hasta la persona más humilde, más pobre y analfabeta puede gozar del don de la sabiduría, y el más rico y estudiado, no tenerla en lo absoluto. La sabiduría es poder dicernir claramente entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre lo noble y lo innoble, entre la mentira y la verdad, entre la luz y la oscuridad. Es más, la palabra "Sano" viene del latin sanus que significa sensato, que está en su juicio.
Pero no podemos culpar a dios de las injusticias del mundo, de la pobreza, de la enfermedad, del sufrimiento, de las viscicitudes de la vida. Dios nos observa, nos pone a prueba para observarse a él mismo a través de nosotros. El solo nos observa para ver como nos comportamos ante las diversas situaciones de la vida, y toma atenta nota, pero no interviene, no mete su mano. las dificultades y limitaciones que implica el mundo físico es el exámen de las almas, porque, ¿que gracia tiene ser generoso, compasivo, solidario, etc, en un plano en donde no existe dolor, enfermedad o temor? La gracia está en demostrar esas aptitudes en el plano terrenal, el mundo físico es la herramienta a través de la cual evolucionan las almas, y el exámen final consiste en permanecer en la línea de la justicia, la rectitud, la nobleza y el recto proceder, a pesar de las dificultades, injusticias, sufrimientos y tentaciones a las que nos podamos ver expuestos. Todos nos podemos equivocar, pero la vida nos dá siempre otra oportunidad de resarcir nuestras faltas si nos arrepentimos de corazón. Podemos tropezar mil veces por nuestros errores, pero si siempre hay arrepentimiento sincero y reconocimiento humilde de nuestra debilidad, el amor infinito de Dios nos dará siempre una oportunidad de corregir. La aniquilación del alma solo llega cuando somos impíos, cuando hacemos mal sin sentirnos mal por dentro, cuando hacemos el mal y nos burlamos con sorna, cuando nó nos genera conflicto ni arrepentimiento, cuando nos acostumbramos a ello y somos incapaces de ver el daño que hacemos a otros y a nosotros mismos.
Dios es recto, por lo tanto, es justo. Los juicios de Dios son totalmente verdaderos y justos. Las acciones y realizaciones de sus criaturas, no pueden influir la justicia del padre universal, porque "no hay iniquidad en el señor, ni favoritismo de personas, ni aceptación de ofrendas".
Pero la justicia divina está atemperada siempre por la misericordia. La sabiduría infinita es el eterno árbitro que determina las proporciones de justicia y misericordia que se repartirán en cualquier circunstancia dada. El mayor castigo (en realidad, una inevitable consecuencia) de la maldad y la rebelión deliberada contra el gobierno de Dios es la pérdida de la existencia como súbdito individual. El resultado final del pecado a sabiendas, es la aniquilación. En último análisis, tales individuos identificados con el pecado, se destruyen a sí mismos al tornarse completamente irreales por su identificación con la iniquidad. Cuando esta sentencia se confirma finalmente, el ser identificado con el pecado, instantáneamente se vuelve como si no hubiera sido. No hay ninguna resurrección posible a este destino,, es perdurable y sempiterno. En cuanto a la personalidad del inicuo, se la priva de un vehículo continuado de existencia vital debido a su fracaso de hacer esas elecciones y decisiones finales que le habrían asegurado la vida eterna. Cuando el abrazo continuado del pecado por la mente asociada culmina en la identificación completa del ser con la iniquidad, entonces, en el momento de la cesación de la vida, en el momento de la disolución cósmica, esa personalidad aislada, es absorbida en el superalma de la creación y nunca más aparece como personalidad, es como si su identidad nunca hubiera sido. El mal no diluído, el error completo (sin arrepentimiento), el pecado voluntario y la iniquidad sin mitigantes, son intrínseca y automáticamente suicidas.
Por todo lo anterior es que debemos considerar a la vida como el mayor regalo, y debemos agradecer cada nuevo día al despertar, porque es una nueva oportunidad de rectificar nuestras conductas y pensamientos para alinearnos con el cosmos. ¡Que nó nos coja la muerte con los calzones abajo!!, y el que tenga oídos, que oiga.
(Afectuosamente dirigido a Dhuoda).
El Caminante
domingo, 11 de octubre de 2009
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