lunes, 13 de septiembre de 2010

El discurso del Camarlengo

Es posible que la ciencia haya aliviado las desdichas de la enfermedad y el trabajo extenuante, y creado toda una serie de aparatos destinados a divertirnos y aumentar nuestra comodidad, pero nos ha dejado en un mundo sin prodigios. Nuestras puestas de sol se han reducido a  longitudes de onda y frecuencias. Las complejidades del universo han sido destripadas en ecuaciones matemáticas. Hasta nuestra valoración como seres humanos ha sido destruída. La ciencia afirma que el planeta tierra y sus habitantes son puntos sin importancia en el gran esquema de las cosas. Un accidente cósmico. Hasta la tecnología que promete unirnos nos divide. Cda uno de nosotros puede estar conectado electrónicamente con el resto del globo, pero nos sentimos totalmente solos. Nos bombardean la violencia, la división, la fractura y la traición. El escepticismo se ha convertido en una virtud. El cinismo y la exigencia de pruebas han devenido pensamiento esclarecido. ¿Acaso sorprende que los humanos se sientan ahora mmás deprimidos y derrotados que en cualquier momento de la historia de la humanidad? ¿Defiende la ciencia algo sagrado? La ciencia busca respuestas en fetos nonatos. Hasta presume de manipular nuestro ADN. Desmonta el mundo de Dios en piezas cada vez más pequeñas, en busca de un significado... y sólo encuentra más preguntas. La voz del hombre estaba teñida de tristeza y convicción.
-La vieja guerra entre ciencia y religión ha terminado- dijo el camarlengo-. Han ganado. Pero no han ganado justamente. No han ganado proporcionando respuestas. Han ganado convenciendo a nuestra sociedad de que, verdades consideradas como inmutables ahora parecen inaplicables. La religión no puede mantenerse a la altura. El crecimiento de la ciencia es geométrico. Se alimenta de sí mismo como un virus. Cada nuevo descubrimiento abre las puertas de un nuevo descubrimiento. La humanidad necesitó miles de años para progresar desde la rueda al cche. No obstante, sólo transcurrieron décadas desde el coche hasta la nave espacial. Ahora, medimos el progreso científico en semanas. Estamos girando sin control. El abismo entre nosotros se ensancha cada día más, y la religión queda abandonada, la gente está sumida en un vacío espiritual. Pedimos a gritos respuestas. Lo digo en un sentido literal, créanme. Vemos ovnis, nos dedicamos a zapear, nos ponemos en contacto con espíritus, experiencias extrasensoriales, búsquedas mentales, ... Todas estas ideas excéntricas poseen un barniz científico, pero son desvergonzadamente irracionales. Constituyen el grito desesperado del alma moderna, solitaria y atormentada, tullida por su esclarecimiento y su incapacidad de aceptar significado en nada que no esté relacionado con la tecnología.
El camarlengo hablaba sin retórica ni vitriolo. Nada de referencias a Jesucristo o a las Sagradas Escrituras. En un mundo de apatía, cinismo y deificación tecnológica, hombres como el camarlengo, seres realistas capaces de hablar con sinceridad, eran la única esperanza de la iglesia.
El camarlengo redobló su vehemencia.
-La ciencia nos salvará, dicen ustedews. Yo digo que la ciencia nos ha destruído. Desde los tiempos de Galileo, la iglesia ha intentado aminorar la velocidad de la marcha inexorable de la ciencia, a veces con medios descarriados, pero siempre con buenas intenciones. Aún así las tentaciones son demasiado grandes para que los hombres opongan resistencia. Miren a su alrededor. No se han cumplido las promesas de la ciencia. Las promesas de eficacia y sencillez no han traído más que contaminación y caos. Somos una especie fracturada y frenética...que avanza por el sendero de la destrucción.
¿Quien es éste  Dios de la ciencia? ¿Quien es el Dios que ofrece a su pueblo poder, pero no un marco moral para utilizar este poder? ¿Qué clase de Dios da fuego a un niño pero no le advierte de los peligros que conlleva? El idioma de la ciencia carece de indicadores del bien o del mal  Hay tratados científicos que enseñan a crear una reacción en cadena, pero no contienen ningún capítulo en que se pregunte si es una idea buena o mala.
Digo esto a la ciencia y a los científicos. La iglesia está cansada. Estamos hartos de intentar ser sus guías. Nuestros recursos se están agotando, por culpa de la publicidad que dice que ustedes son la voz del equilibrio, mientras continúan su ciega carrera en pos de chips cada vez más pequeños y beneficios cada vez más grandes. No preguntamos porqué no ejercen el más mínimo autocontrol, porque se trata de una tarea imposible. Su mundo se mueve con tal celeridad que, si se detienen siquiera un instante para meditar en las implicaciones de sus actos, alguien más eficiente les borrará de un plumazo. En consecuencia, siguen adelante. Construyen armas de destrucción masiva sin conocimiento, pero es el Papa quien viaja por el mundo para aconsejar prudencia a sus líderes. Clonan seres vivos, pero es la iglesia quien nos recuerda que pensemos en las implicaciones morales de nuestros actos. Animan a la gente a comunicarse  mediante teléfonos, pantallas de video y ordenadores, pero es la iglesia quien abre sus puertas y nos recuerda que hemos de comunicarnos en persona, como debe ser. Hasta asesinan niños nonatos en nombre de la i nvestigación que salvará vidas. Una vez más, es la iglesia la que denuncia la falacia de este razonamiento.
Y mientras tanto, proclaman la ignorancia de la iglesia. Pero ¿quién es más ignorante, el hombre incapaz de definir el relámpago, o el hombre que no respeta su asombroso poder? La iglesia intenta tenderles la mano. A todo el mundo.Pero cuanto más nos esforzamos, más nos rechazan. Muéstrennos la prueba de que Dios existe, dicen. ¡Usen sus telescopios para explorar el universo, y explíquenme cómo es posible que Dios no exista, digo yo! -Los ojos del camarlengo se habían inundado de lágrimas. -Preguntan cuál es el aspecto de Dios. ¿De donde sale esta pregunta, digo yo? La respuesta es la misma. ¿Es que no ven a Dios en su ciencia? ¿Como es posible tanta ceguera? Proclaman que hasta el más ínfimo cambio en la fuerza de la gravedad, o el peso de un átomo, bastaría para haber convertido nuestro universo en una sopa carente de vida, en lugar de nuestro magnífico mar de cuerpos celestiales, ¿y aún no ven la mano de Dios en esto? ¿En verdad es mucho más fácil creer que elegimos la carta correcta en una baraja de miles de millones? ¿La bancarrota espiritual es tan absoluta que preferimos creer en una imposibilidad matemática antes que en un poder más grande que nosotros?
Crean o no en Dios -dijo el camarlengo con voz decidida-, tienen que creer en esto. Cuando, como especie, abandonamos nuestra confianza en un ser poder mayor que nosotros, abandonamos nuestro sentido de la responsabilidad. La fe, todas las fes..., son advertencias de que existe algo que no podemos comprender, algo de lo que somos responsables... Con fe, somos responsables los unos de los otros, de nosotros mismos, y de una verdad más elevada. La religión tiene sus defectos, pero sólo porque el hombre tiene defectos.  Angeles y Demonios.  Dan Brown.

Aunque al final de la historia, el camarlengo resultó ser el malo, a mí personalmente me impactó este parlamento, y en buena parte, lo comparto. Aunque soy médico y defiendo el método científico, también creo en Dios, y no creo que sólo seamos pura química y biología. No creo que la curiosisdad y las inquietudes filosóficas sean pura bioquímica y neurotransmisores. ¡A otro con ese cuento!
Y el que tenga oidos, que oiga.

El Caminante  

domingo, 12 de septiembre de 2010

Los actos y sus consecuencias

"Tuve yo la culpa, lloraba y era verdad, no se podía negar, pero también es cierto, si eso le sirve de consuelo, que si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien dice que esto es la inmortalidad de la que tanto se habla".  Ensayo sobre la ceguera, José Saramago, 1922-2010.
¡Sencillamente, brillante!! Y eso que tenía mas de 80 años cuando lo escribió, pero era el cerebro más lúcido que yo haya percibido entre muchos escritores que he leído.
Y el que tenga oidos, que oiga!

El Caminante