La misericordia es simplemente justicia atemperada por esa sabiduría que proviene de la perfección del conocimiento y del pleno reconocimiento de la debilidad natural y las limitaciones naturales de las criaturas finitas. Nuestro Dios es en extremo compasivo, benigno, paciente y abundante en misericordia. Por tanto, cualquiera que invoque el nombre del Señor será salvado, porque el perdona abundantemente. La misericordia del señor es, de eternidad a eternidad, perdura por siempre, la única excepción es la iniquidad, ¡así de fácil!
Dios es intrínsecamente generoso, naturalmente compasivo, y sempiternamente misericordioso. Y no es necesario jamás que se ejerza ninguna influencia sobre el padre para suscitar su benevolencia. La necesidad de la criatura es en sí suficiente para asegurar el pleno caudal de su tierna misericordia y de su gracia salvadora. Puesto que Dios conoce todo sobre sus hijos, es fácil para él perdonar. Cuanto mejor comprenda el hombre a su semejante, tanto mas fácil le será perdonarlo, e incluso, amarlo. El padre celestial nunca es perturbado por actitudes conflictivas hacia sus hijos universales; Dios nunca es víctima de antagonismos de actitud (nosotros sí!).
La misericordia es el vástago natural e inevitable de la bondad y el amor. La justicia eterna y la divina misericordia juntas constituyen lo que en la experiencia humana se llamaría equidad. La misericordia de Dios representa una técnica equitativa de ajuste entre los niveles universales de perfección e imperfección. La misericordia no es una contravención de la justicia, como mal podría interpretarse lo que estoy diciendo, sino mas bien, una interpretación comprensiva de las exigencias de la justicia suprema, tal como se la aplica equitativamente a los seres espirituales subordinados y a las criaturas materiales de los universos evolutivos.
Después de todo, la mayor prueba de la bondad de Dios y la razón suprema para amarle, es el don del Padre que habita en tí: El Ajustador del pensamiento (llamado por la religión como el Espíritu Santo) que tan pacientemente aguarda la hora en que ambos os volvais eternamente uno. Aunque no puedes encontrar a Dios mediante la búsqueda, si te sometes a la dirección de ese espíritu residente en tí, serás guiado infaliblemente, paso a paso, vida tras vida, universo tras universo, y edad tras edad, hasta encontrarte finalmente en la presencia de la personalidad del padre universal del paraíso. ¡¡Cuán irrazonable es que no adoreis a Dios porque las limitaciones de la naturaleza humana y los impedimentos del mundo físico no os permiten verle!!
Y para terminar, como siempre digo, ¡que el que tenga oídos, que oiga!
El Caminante
lunes, 12 de octubre de 2009
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Me hes difícil llegar tener fe o creer en algo tan "superior" como puedo ser Dios. No puedo basar mi vida en ello. Me remito a los estudios de Freud: "Todos experimentamos deseo de trascendencia, inmortalidad, pero la relaidad frusta esos deseos. Este conflicto crea una cierta angustia vital, una inseguridad que en momentos se le hace intolerable. Frente a esta situación se desatan ciertos mecanismos defensivos: la religión como consuelo. Refugiarse en ella para no tener que afrontar la maduración personal o las dificultades de la vida". Con esto no digo que se cumpla estrictamente en todos los casos(en la última línea es depende de cada cual, por ejemplo) y tampoco digo que la religión sea un cáncer (la de cosas buenas que ha hecho!) pero resume en parte mi posición respecto al tema.
ResponderEliminarSaludos.
Alvaro: Gracias por pasarte por mi blog y dejar tus comentarios.
ResponderEliminarHace muchos años, sobretodo mientras estudiaba Medicina, tuve enormes conflictos acerca de la idea de Dios, me encantaban los debates sobre ateísmo y religión de mis mejores amigos de la época a quienes admiraba mucho por su posición independiente, mientras que yo me encontraba enmarcado, en mucho, por mi formación en un hogar católico, un hogar sin fanatismos pero muy creyente. Llégué a cuestionar todo, cargaba bajo el brazo el libro "Porqué no soy cristiano" de Bertrand Russell, leía asíduamente a Nietzsche, Sartre, etc; mi formación médica también contribuía a mi "rebeldía" religiosa, y trataba de atribuir todo a la bioquímica y a los neurotransmisores. Terminando el internado, pensé seriamente en la psiquiatría como especialidad, por lo que también leí bastante a Freud, algunos de cuyos principios psicoanalíticos siguen teniendo validez hoy en día (cada vez menos). pero por más que trataba, siempre me faltaban piezas en el rompecabezas de la vida, cosas que no podía explicar. No podía tragar entero que nuestro orígen y destino como seres fuera puro azar bioquímico y físico, me fascinaba siempre con la perfección del cosmos, con ese "cáos" o "desorden" ordenado como dijo por ahí mi amigo Blanko.
Finalmente, la práctica como´Médico general, y luego como Infectólogo, y los "golpes" de la vida, me han hecho regresar, poco a poco, a un sentido metafísico y espiritual de la vida, así como muchos otros, incluso mayores que yo (y por lo tanto más sabios)han permanecido ateos, sin que eso los haga malas personas. Algunos amigos ateos son personas muy sensibles y alegres, y con un alto sentido de la justicia, la ética y la rectitud, lastres virtudes que deberíamos tener como religión todos los mortales del planeta.
Fuerte abrazo.
El Caminante