"¿Cuál es la peor pérdida que podemos sufrir? ¿La de un ser querido? ¿Nuestra casa? ¿Nuestro trabajo? ¿La mujer o el hombre que amamos? ¿Nuestra estima? No. La peor pérdida es la del niño que fuimos..."
Esta frase la encontré por ahí, en Facebook, a una persona bella de espíritu. Y me encantó, porque encierra tanta sabiduría, tanta filosofía y tanta verdad. Frases como ésta, por estos días, vienen como anillo al dedo, sobretodo para tanto adolescente y jóven que, teniéndolo todo, viven lamentándose de su "sufrida" vida, de su pasado tormentoso, de la familia que "dizque" no escogieron para venir a ésta vida, de las "dificultades" que padecen, de sus padres "ausentes", del "maltrato" de sus padres que lo único que buscan es formarlos para ser personas de bién, de que les limitan el "libre desarrollo de la personalidad", de las injusticias del mundo, de la "disfuncionalidad" de sus familias, etc, etc. Y hasta piensan en suicidarse, por motivos tan frívolos y razones tan frágiles, que dan verdadera lástima. Como si fueran los únicos a quienes la vida les presenta retos diariamente. Es una forma completamente egoísta de ver la vida.
Todos llevamos nuestra propia "cruz", pero hay que llevarla con alegría y dignidad, que nuestra soberbia y nuestro orgullo nó nos impida ver más allá de nuestras propias narices. Basta de culpar a padres, familias, hermanos, sociedad, etc de nuestra propia infelicidad. Basta de buscar respuestas en la oscuridad de las almas, basta de esgrimir la injusticia social y nuestro pasado cruel para pisotear y herir a los demás.
Yo no tuve una infancia fácil, ni un padre cariñoso, ni vestía la mejor ropa del mundo, tuve que soportar la frialdad de mi padre y la intemperancia de mi madre, pero estas circunstancias no me impidieron valorar su enorme amor por mí, ni me llevaron jamás a irrespetarlos de palabra, ni de acciones, siempre los honré, por el simple hecho de ser mis padres. Y, a pesar de las limitaciones, problemas y dificultades, siempre guardo recuerdos felices de mi infancia, y espero no perder nunca, el "niño" que hay en mí. Eso es lo único que nunca quisiera perder.
¡Y el que tenga oídos, que oiga!
El Caminante
domingo, 8 de noviembre de 2009
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Comprendo lo que dices de nosotros los jóvenes (lo llego a compartir siendo sincero) pero tengo que defenderme ante ellas. Yo nunca le he echado la culpa sobre mi vida a los demás. Como bien sabrás, he mencionado que tuve un año muy feo de auto-desestimación, perdida de las ganas de seguir adelante y de muchas más cosas que no quiero recordar; ante eso, reconozco que es culpa mía ese estado, el entorno y al gente me pudieron.
ResponderEliminarRespecto a lo del niño interno no puedo opinar nada de nada. Ahora mismo tengo unas ganas terribles de ser "adulto" y lo del niño interno lo tengo más bien aparcado.
Saludos